domingo, 6 de marzo de 2016

Recordemos en quien hemos confiado

Testifico que el Salvador jamás se alejará de nosotros cuando lo buscamos con humildad para arrepentirnos; Él nunca nos considerará una causa perdida, ni nunca dirá: “Ay, no, ¡otra vez tú!”. Nunca nos rechazará porque no logramos entender cuán difícil es evitar el pecado. Él lo entiende todo perfectamente, incluso el sentimiento de pesar, de vergüenza y de frustración que es, inevitablemente, consecuencia del pecado. El arrepentimiento es real y funciona. No es una experiencia ficticia ni el efecto de “… una mente desvariada”.

Tiene el poder de levantar cargas y reemplazarlas con esperanza. Puede conducir a un cambio poderoso en el corazón que ocasione que no tengamos “… más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”. El arrepentimiento, por necesidad, no es fácil —las cosas de importancia eterna rara vez lo son—, pero el resultado merece la pena. Como testificó el presidente Boyd K. Packer en su último discurso a los Setentas de la Iglesia: “El pensamiento es el siguiente: la Expiación no deja huellas ni marcas. Lo que arregla, queda arreglado… La Expiación no deja huellas ni marcas. Solo sana; y lo que sana, permanece sanado”.

De modo que, nuestra esperanza de vivir de nuevo con el Padre depende de la expiación de Jesucristo, de la disposición del único Ser sin pecado para tomar sobre Sí nuestros pecados, en claro contraste con las demandas de la justicia, el peso colectivo de las transgresiones de toda la humanidad, incluso los pecados que algunos hijos e hijas de Dios eligen, innecesariamente, padecer ellos mismos.

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, atribuimos mayor poder a la expiación del Salvador que la mayoría de las personas, porque sabemos que si hacemos convenios, nos arrepentimos continuamente y perseveramos hasta el fin, Él nos hará coherederos con Él y, al igual que Él, recibiremos todo lo que el Padre tiene. Esa es una doctrina transcendente y a la vez verdadera. La expiación de Jesucristo hace que la invitación del Salvador: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” sea perfectamente factible en vez de algo frustrante fuera de nuestro alcance.

En las Escrituras se enseña que cada persona debe “ser [juzgada] según el santo juicio de Dios”. Ese día no habrá ocasión de ocultarse entre un grupo numeroso ni de señalar a otros como excusa por ser impuros. Afortunadamente, en las Escrituras también se enseña que Jesucristo, que padeció por nuestros pecados, que es nuestro Abogado ante el Padre, que nos llama amigos y nos ama hasta el fin será, en última instancia, nuestro juez. Una de las bendiciones de la expiación de Jesucristo que se suele pasar por alto es que “… el Padre… ha dado todo el juicio al Hijo”.

Hermanos y hermanas, si se sienten desalentados o se preguntan si alguna vez podrán salir del hoyo espiritual que han cavado, recuerden quién se “[interpone] entre [nosotros] y la justicia”, quién está “lleno de compasión por los hijos de los hombres” y quién ha tomado sobre Sí nuestras iniquidades y transgresiones, y “satisfecho las exigencias de la justicia”.

En otras palabras, como hizo Nefi en un momento de duda personal, recuerden simplemente “en quién [han] confiado”, a saber, Jesucristo; y entonces, arrepiéntanse y vuelvan a experimentar “un fulgor perfecto de esperanza”. En el nombre de Jesucristo. Amén.

http://lds.org/general-conference/2015/10/remembering-in-whom-we-have-trusted.p16,p17,p18,p19,p20,p21?lang=spa

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