miércoles, 1 de junio de 2011

Gustavo A. Esguerra - Estaca Cali Colombia.


Pertenezco a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, asisto al Barrio Cristóbal Colón, Estaca Cali, San Fernando, Colombia. Nací en una familia miembro de la Iglesia, mi llamamiento a actual es presidente de la escuela dominical del barrio y maestro de la misma. Y me permito compartir con usted mi testimonio (Entendiendo por testimonio en estos términos “Conocimiento y confirmación espiritual que da el Espíritu Santo”. GEE, Pág. 201).

Como lo mencioné previamente, fui criado conforme a los principios del evangelio de Cristo, pero tuve que ganar mi propio conocimiento respecto a la veracidad de las enseñanzas en las que fui instruido, de la manera más sencilla, segura y disponible para todo el que quiera probarlo, y es recurrir a la fuente de toda verdad, Nuestro Padre Celestial, ¿cómo? Mediante la oración sincera de fe, preguntándole si las cosas que había aprendido son verdaderas. Y doy testimonio de que Dios siempre, siempre contesta nuestras oraciones, cuando son hechas con fe en Jesucristo, creyendo que nos contestará y con un corazón sincero. 

Todo comenzó a mis 13 años, cuando comencé a estudiar el Libro de Mormón, (El libro de Mormón, es Otro Testamento de Jesucristo, “…es un volumen de escritura sagrada semejante a la Biblia. Es una historia de la comunicación con Dios con los antiguos habitantes de la Américas y contiene la plenitud del evangelio eterno .. El acontecimiento de mayor trascendencia que se encuentra registrado en el Libro de Mormón es el ministerio personal del Señor Jesucristo entre los nefitas poco después de su resurrección. En  él se expone la doctrina del evangelio, se describe el plan de salvación, y se dice a los hombres lo que deben hacer para lograr la paz en esta vida y la salvación eterna en la vida venidera…). 

Este magnifico libro es una joya, y es único, ¿por qué? Porque este libro contiene una promesa para cualquier persona que lea el Libro de Mormón, medite en su corazón el mensaje que contiene y luego le pregunte a Dios, el Padre Eterno, en el nombre de Cristo, si el libro es verdadero. Quien así lo haga y pida con fe logrará un testimonio de la veracidad y la divinidad del libro por el poder del Espíritu Santo (Véase Moroni 10: 3-5, pág. 640).  Puedo dar fe absoluta de la veracidad de que Dios cumple con sus promesas, yo sé que el Libro de Mormón es verdadero, y es lo que dice ser “Otro Testamento de Jesucristo” porque así el Espíritu Santo me lo reveló, lo he estudiado cuidadosamente todos estos años  y tal convicción no ha variado, antes ha madurado. Contiene la plenitud del Evangelio de Jesucristo y los expresa de la manera más clara y sencilla. Léalo, medítelo, y pregúntele a Dios, y le aseguro que Él constetará. 

A los dieciséis años tuve que prestar servicio militar, y al igual que todos mis compañeros soportamos severos castigos físicos, y sicológicos, además de estar lejos de casa. Gracias a mi Dios  me sostuvo en esos momento de gran prueba y dificultad, yo sé que “…las entrañables misericordias de Dios se extiende sobre todos aquellos que, a causa de su fe, él ha escogido, para fortalecerlos, sí hasta tener el poder de libarse” (Véase 1 Nefi 1:20, pág. 3), fue la época en la que me aferré al estudio del Libro de Mormón, y por esto sé que  “viviréis de toda palabra que de la boca de Dios” (Véase Mateo 4:4, pág. 1508) yo sé que “quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecería jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción”. (Véase 1 Nefi 15:24, pág. 37) No tengo duda de que el Señor nunca nos deja solos, y en los momentos más difíciles Él está allí.  

Impulsado por mi testimonio, o sea la certeza que albergaba en mi corazón me dispuse a prestar una misión de tiempo completo por dos años, para compartir mis sentimientos con mis semejantes a fin de invitarlos a venir a Cristo. Dos hechos significativos tuvieron lugar en el Centro de Preparación Misional antes de salir a la calle a proselitar. El primero ocurrió mientras me encontraba meditando sobre la Cristo y su manifestación en las Américas. Penetró una voz suave apacible a mi mente que hizo arder mi corazón, y estremecer todo mi cuerpo, y estás fueron las palabras: “Jesús es el Cristo”. Este es el conocimiento más preciado, que atesoro con celo, por esto puedo afirmar con absoluta certeza que Jesús el Cristo, Mi Rey, Mi Señor y Mi Dios, el Redentor del mundo, que vino a este mundo y pagó el precio por nuestros pecados, sí, mis pecados, y abrió la puerta para que podamos tener la esperanza de vida Eterna, gracias al poder de Su expiación y poder presentarnos de nuevo ante nuestro Padre Celestial, y poder ser juzgados según las obras efectuadas en este cuerpo mortal, gracias al poder de la Resurrección que está en Cristo. 

En este punto debo también testificar de un hecho que sucedió unos años previos a la misión y tiene que ver directamente con la certeza que tengo de mi Salvador. Al estudiar las escrituras y meditar en unos pasajes de la Biblia, descubrí que cierto proceder de mi parte no estaba bien ante mi Dios, y comenzó a embargarme un sentimiento de mucho pesar y tristeza, las lágrimas comenzaron a lagunar mi ojos, y sentí un agudo dolor en mi peño, que me llevó a suplicar de rodillas perdón a mi Hacedor, a mí benevolente Dios. Y clamé con gran fervor por cierto espacio de tiempo, hasta que llegaron a mi mente las palabras de un profeta de Libro de Mormón, “¡Oh, Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de la amargura, y ceñido a las eternas cadenas de la muerte!” (véase Alma 36: 17-18, pág. 359). Cuando hube pronunciado éstas palabras en mi súplica, testifico por mí mismo, que al instante desapareció el dolor y la tristeza que embargaba mi alma, y puede sentir un gozo sumamente grande en mi corazón, y sentí que mi clamor había llegado al cielo y que Dios había perdonado mi pecados, mediante la sangre de Cristo. El gozo que llenó mi corazón fue incomparable, nunca antes había experimentado un sentimiento tan intenso, no tenía en verdad el más mínimo deseo de hacer mal alguno. No vale la pena conjeturar cual fue la causa, lo que yo le puedo asegurar, que verdaderamente Dios puede limpiar y librar el alma atribulada por la culpa y el remordimiento, no hay mayor milagro que el perdón. Este hecho afectó totalmente mi adolescencia, nunca fui el mismo. Yo se que la expiación de Cristo es real, Él efectivamente pagó mis pecados, y siempre estaré agradecido por su infinita bondad, y puedo unirme a las palabras del apóstol “Señor mío y Dios mío” (Véase Juan 20:28, pág. 1714).

El otro evento que mencioné previamente, mientras me encontraba en el Centro de Capacitación Misional, sucedió la noche antes de proselitar por primera vez. Se nos sugirió que esa noche le preguntáramos en oración a nuestro Hacedor, sí José Smith fue un profeta de Dios, instrumento por el cual se tradujo el Libro de Mormón y se restauró la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Nunca antes había hecho la pregunta a mi Dios, porque para mí, era un hecho cierto, porque sabía que el Libro de Mormón es verdadero, y era para mí lo más lógico era suponer que el siervo por medio del cual se valió el Señor para sacar a luz y traducir este libro sagrado era un profeta de Dios. Pero no obstante lo supuesto, decidí hacer lo sugerido, preguntar en oración y efectivamente, cuando pregunté la confirmación  y contestación vino a mí por el Espíritu Santo, llenando mi pecho con la serena seguridad que sólo éste divino Ser puede proveer. Yo sé con todo mi corazón que José Smith fue el profeta de Dios, vidente y revelador, por medio del cual se restauraron grandes y eternas verdades, y sólo puedo expresar gratitud a mi Dios,  “…que mandas de nuevo venir profetas con tu Evangelio, guiándonos como vivir…”.

Trascurrieron los dos años maravillosos como un sueño, siendo misionero de la Iglesia de Jesucristo, entré en contacto con personas geniales de la costa norte de Colombia, misión Colombia Barranquilla, compartí mi testimonio por doquier, junto con excelentes compañeros. Invitando a todos venir a Cristo, a reconciliarse con Dios.
Por medio del profeta José Smith, se restauró el Sacerdocio (El sacerdocio es el poder que Dios da al hombre para actuar en todas las cosas relacionadas con su Salvación)  y las ordenanzas (Ordenanzas son ceremonias y ritos sagrados, que tienen significado espiritual) necesarias para la Salvación del hombre, sin estás nada de lo que se haga en el nombre de Señor tiene valor alguno. “Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne; porque sin esto, ningún hombre puede ver la faz de Dios, sí, el Padre, y vivir”.  Yo se que el sacerdocio de Dios está de nuevo entre los hombres, es un poder real y efectivo de lo cual soy testigo, mediante el cual se obra en bien de la Salvación de los hombres, en estos los últimos días, para preparar el camino para la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en su gloria, poder, majestad y dominio, para juzgar y reinar sobre las naciones de la tierra.  

Nuevamente mediante la restauración del sacerdocio, el Señor ha organizado su Iglesia en la viva imagen que la primera, esto es apóstoles, setentas, evangelistas, la misma organización de la Iglesia primitiva existe hoy en día, en toda su majestad y esplendor. Yo se que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la iglesia restaurada por el Señor mismo, restaurando las verdades perdidas hace tanto tiempo y disponer a los hombres los medios para reconciliarse con Dios y poder gozar de su comunión, y las bendiciones eternas dispuestas. 

Lejos está de mí dejar alguna impresión sobre dimensionada, sólo soy un hombre común y  corriente, que a pesar del testimonio que el Cielo me concede, no me garantiza absolutamente nada, sólo es el cimiento sobre el cual debo seguir edificando mi vida en la Roca de Redentor,  y con esto ratifico que todo comenzó por Leer, meditar, y preguntar sobre el Libro de Mormón. Yo le garantizo que si usted hace lo mismo, Dios le contestará igualmente y este será su comienzo. Mi Señor ante cuya presencia nos encontramos es testigo de que no miento, son fidedignas a lo que el Espíritu Santo me revelado, son verdades, y las comparto en el nombre de Jesucristo, Amén.

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